‘Una vida mejor’, el sueño se torna pesadilla

'Una vida mejor'

Mañana, viernes 28 de septiembre, se estrena ‘Una vida mejor’ (‘Une vie meilleure’, 2011), de Cédric Kahn. En ella, Guillaume Canet interpreta a un emprendedor al que los sueños se le escapan de las manos. Leila Bekhti, en la piel de su compañera, no puede seguir a su lado y emigra a Canadá, dejándole al cuidado de su hijo, a quien da vida Slimane Khettabi.

Los temas sociales que toca ‘Una vida mejor’ son múltiples: la precaria situación económica, la inmigración, la paternidad responsable, la educación, el fraude de los bancos y el abuso que ejercen con los préstamos, la mafia, la infravivienda… pero finalmente, lo que queda es una historia humana, una dificultad por la que se hace pasar a un hombre que, pese a no estar preparado para afrontarla, no se achanta.

Para el relato de este drama personal, el guion presenta algún altibajo, ya que, cuando parece que va a centrarse a lo largo de todo su metraje en la reforma e inauguración del restaurante, plantea un giro que se lleva la narración a otro tono y casi a otro género. La construcción y levantamiento de un restaurante, contra los impedimentos que imponen la escasez de dinero y medios, por sí sola podría ser el argumento de un film. Los hay con excelentes resultados, como la emotiva ‘Nubes pasajeras’ (‘Kauas pilvet karkaavat’, 1996), de Aki Kaurismäki, o no tan afortunados en mi opinión, pero exitosos en festivales, como la inconclusa ‘Cuscús’ (‘La graine et le mulet’, 2007), de Abdellatif Kechiche.

'Una vida mejor'

En otro momento, mi crítica amonestaría la labor del director y de su coguionista, Catherine Paillé, por tratar de tocar demasiados palos. Hoy, sin embargo, recibo con gratitud la inclusión de nuevos conflictos que animan el metraje y, según su dimensión aumenta, van enganchando cada vez con mayor fuerza. Si acaso, se podría haber aligerado el arranque para que la decisión de Nadia entrase antes y así se tomase como parte del planteamiento en lugar de como brusco cambio de tercio.

Esta soltura que el guion demuestra al no atarse a una trama impecable, está presente en el resto de los aspectos, como la elección de encuadres y localizaciones, en las alteraciones en la fotografía, en el montaje… La guionista, el director de fotografía y el montador gozaron de absoluta libertad para aportar sus puntos de vista que se aunarían en una película fluida, casi no adornada por música, en la que el final se puede considerar abierto, pero donde se han obtenido las conclusiones necesarias. No diría que sigue el estilo documental, como se ha comentado, pero su búsqueda del realismo y su inmersión en los auténticos núcleos de pobreza confirman el esfuerzo de investigación de los autores.

Los intérpretes

Canet se vuelca en su papel y trata de despojarse del aire pijo que le hemos visto en alguno de sus propios films y en papeles para otros directores –por frívola que suene la observación, Kahn mismo lo comentaba–. Lo consigue en la mayor parte de las ocasiones. Se le ve tan esforzado como al propio Yann. Pero su retrato desde guion se me antoja borroso, lo que impide que el actor ofrezca una interpretación brillante.

'Una vida mejor'

Bekhti me resulta aún menos convincente. Es en su caso donde más se acusa el problema de la indefinición del personaje desde el papel. Los altibajos de los que hablaba se concentran en ella quien, en un principio es demasiado sumisa y, más adelante, toma decisiones sin reflexionar.

Como tantas otras veces, el que mejor está es el niño. El personaje se basa en su auténtica forma de ser y sus intervenciones están casi siempre improvisadas. Y se nota en la autenticidad de su actuación. Sus miradas implorantes, sus silencios, sus sonrisas funcionan sin recurrir a la ñoñería y sin siquiera contar con un rostro adorable.

Conclusión

Pese a que contiene instantes en los que me cuesta comprender a los personajes o en los que los sucesos aparecen como de la nada, la suma de partes que compone ‘Una vida mejor’ me deja un poso positivo. Su mejor baza es presentar situaciones que cobran intensidad dramática gracias a la realidad que las apoya desde detrás, en el mundo que nos rodea, al que cada vez da más miedo asomarse. Su propósito es la denuncia y Kahn la plasma con claridad.


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