Homenaje a Luis García Berlanga (1921-2010)

Berlanga

La siguiente anotación está escrita por el colaborador voluntario, y amigo automático de BdCcl, Antonio Martín de las Mulas, quién desde España nos deleita con esta suerte de necrológica extensa de un realizador poco conocido en Latinoamérica, cuya obra valdría la pena buscar y ver, y que ha dejado el mundo hace cosa de un mes en Madrid. Disfrutad.



MI PEQUEÑO HOMENAJE AL DIRECTOR DE CINE
DON LUIS GARCÍA BERLANGA

(Valencia, 12 de junio de 1921 – Madrid, 13 de noviembre de 2010)



Los grandes nos descubren una forma distinta de ver y comprender nuestro manido mundo, sus vanos desvaríos, la presencia enigmática de las cosas humanas ante nosotros mismos y la desesperante maraña con que vivimos estas cosas en nuestro pobre corazón. No es fácil expresar las consabidas miserias y los vanos deleites que a los hombres asolan en un momento dado. Tan sólo los artistas inspirados les es dado ese don de transmitir con claridad tan complejas ideas.

Al modo de expresión y a la manera con que nuestros asuntos son tratados y puestos en escena lo llamamos estilo. Tan sólo unos contados han dado en construir un mundo peculiar que lo caracteriza y lo distingue de otros tantos. Imprimen a sus obras su sello inconfundible, su impronta, su voz, su orientación estética con la que escenifican una trama que erige una cosmovisión, una mirada crítica con la que hilvanan pasiones, sentimientos, emociones o asechanzas que afectan al común de los mortales.

Como no podía ser de otra manera al director de cine, recientemente fallecido, Don Luis García Berlanga, le asiste esa virtud que muchos ambicionan. Que Berlanga tenga estilo es algo incontestable. Sus películas están atravesadas por un ritmo frenético, trepidante, vertiginoso a veces y este es, a mi juicio, el santo y seña con que firma sus trabajos.

Un ritmo que se cifra en el modo de moverse de los actores, el cambio sucesivo y cortante de los planos, la forma en que el guion se lleva a cabo. Las escenas componen a menudo una tensión de grupos de actuantes que se arreglan en tres o cuatro planos. Cada grupo ejecuta su acción y los actores transitan los niveles de los distintos planos: los que moran al fondo, pasan a la palestra, constituyen el centro de atención, para después volverse en busca de otro plano.

Los interlocutores cambian con cierta profusión, los personajes son hiperactivos, cuando termina uno, al segundo, empieza a hablar el otro, se entrecruzan, se entienden, gesticulan, resuelven al instante. Los diálogos se desenvuelven a gran velocidad, se expresan sin respiro, se articulan con el juego de segundos diálogos que a su vez se interpretan en segundo o tercer plano; y, de todo este cúmulo de caracteres, de todo este concierto de instrumentos, se desprende, una proverbial agilidad, una agilidad generalizada que se extiende a lo largo de la trama y constituye el vigor narrativo.

El devenir del tiempo y las urgencias del mundo conforman el sustrato sobre el que se construyen sus películas. En sus manos el hombre, es concebido, como un sujeto llamado por la urgencia, sometido por un trajín incesante que lo deshumaniza, un trajín implacable que no le deja ser en condiciones. La crítica social es constante en su obra, hasta el punto, que su tal compromiso representa una nota de estilo personal, una marca que ahorma el atentado contra el rigor de las apariencias de las que tanto se cuidan la clases acomodadas de la España de los 50 y 60.

En sus películas el ritmo no decae, es agil y dinámico y se mantiene vigente a lo largo de la trama, su dominio del ritmo es absoluto, como si obedeciera a una obsesión particular. Pero la gran contrapartida de este efecto, es que sus films cancelan las atmosferas bajo cuyo paraguas la narración adquiriría un color más humano, una dimensión más expresiva, una densidad y un tono narrativo con algo de intimismo.

Berlanga

No es fácil digerir la historia que el director escenifica. La velocidad de la narración desborda la conciencia reflexiva. Muchos detalles se acomodan en el interregno que se extiende entre nuestra percepción consciente y el olvido. Berlanga se entromete en el oculto subconsciente de los espectadores, llega hasta al fondo y deja ahí, en ese abono, plantadas sus semillas: sus ideas.

Con Bienvenido Mr. Marshall, (1.952), su segunda película, alcanzó un gran reconocimiento de la crítica y público. Con Plácido (1.961), uno de sus mejores trabajos, obtuvo una nominación al oscar de la academia a la mejor película extranjera. Su última gran película es la Escopeta Nacional (1.977) con la que da inicio a la popular trilogía del Marqués de Leguineche, y a la que le siguen Patrimonio nacional (1.981) y Nacional III, (1.982). En estas tres comedias Berlanga, con notable habilidad, combina el humor escatológico y negro con el esperpento y la sátira más feroz.

En lo que a mí respecta, se trata de una estrella que brilla con luz propia, sarcástico, mordaz y atentatorio como pocos, terriblemente irónico, y no merecedor de nada menos que este humilde homenaje a su carrera, un cumplido homenaje a sus hallazgos, a su moral ilesa y a su hacer meritorio.



por Antonio Martín de las Mulas

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